Frederik Schodt llega a Japón con su familia en 1965, con 15 años, pero no se familiariza inmediatamente con la cultura manga. “Pasé dos años y medio en Tokio en la escuela americana pero no hablaba japonés”, explica. “Es quizá la razón por la que no recuerdo haber visto mangas durante ese periodo. Es verdad que había muchos menos en esa época. Después, volví a Japón en 1970 y fue entonces cuando empecé a estudiar japonés de manera intesiva en la International Christian University. En ese momento, todo el mundo a mi alrededor leía mangas, historias sofisticadas dirigidas a los adultos, que comenzaban a ser muy populares en la época. Empecé por leer los tomos humorísticos de Akatsuka Fujio que publicó Tensai Bakabon (“El genio idiota”, inédito en español) que me encantaron. Me recordaban a los gags americanos. También leí Kôya no shônen Isamu (“Isamu el chico salvaje”, inédito en español) de Kawasaki Noboru. Un poco más tarde, me lancé con la lectura de Fénix [Ed. Planeta DeAgostini] de Tezuka Osamu, del que me convertí en un gran fan. Fue una revelación porque nunca había imaginado que los mangas pudieran también abordar temáticas serias. Tenía veinte años y había cosas en ese manga que me marcaron realmente, como el intentar comprender mi vida y el mundo que me rodeaba”.
Unos siete años más tarde conoció finalmente a Tezuka Osamu cuando ya trabajaba en Japón como traductor profesional. “Comencé a traducir mangas con algunos amigos para intentar que se conocieran en el mundo entero”, recuerda. “Íbamos a buscar a los artistas para pedirles permiso para traducir sus obras. Entre ellos se encontraba Tezuka, era muy amable. Quería saber por qué estábamos tan interesados en el manga. Le dimos a Tezuka Productions los cinco primeros volúmenes de Fénix que habíamos traducido; los guardaron durante 25 años hasta que en 2002 Viz Media finalmente los publicó. Fue mi primera traducción de manga. Habíamos trabajado también en la serie Senjô (“Campo de Batalla”, inédito en español) de Matsumoto Leiji, pero desgracidamente nunca ha sido publicada, aparte de un fragmento en ‘¡Manga! ¡Manga!’”.
Finalmente, el manga se convirtió en un verdadero fenómeno. En Japón, alcanza su apogeo hacia 1996 cuando cerca de un 40 % de las publicaciones en el país son mangas. En comparación, los cómics americanos nunca han supuesto más de un 5% del mercado.
“Hoy, la situación es muy diferente”, constata Frederik Schodt. “Muy poca gente lee mangas en el tren. El mercado decrece, sobre todo la venta de las revistas antológicas. Eso no significa que vayan a desaparecer, pero si tomamos un poco de distancia podemos comparar el manga a las estampas japonesas, es decir, algo que prosperó a finales del siglo XX para luego transformarse en una cosa completamente diferente”.
Según Frederik, el trabajo de traductor de manga ha cambiado drásticamente desde 1977 cuando él comenzó. “De forma general creo que el papel de traductor se ha degradado considerablemente. La remuneración de los traductores de manga ha disminuido al mismo ritmo que la calidad. En internet se puede encontrar gente que traduce los mangas gratuitamente. Todo este fenómeno es muy controvertido y tengo sentimientos encontrados al respecto. Por un lado, ayuda a popularizar el manga en el extranjero. Pero por otro, es malo para las empresas. Después de todo, no está autorizado; es incluso ilegal porque los artistas no obtienen ningún beneficio. Supongo que un factor importante es que la mayor parte de los fans de manga y de anime son jóvenes sin muchos ingresos que están dispuestos a aceptar una calidad inferior si eso les permite leer o mirar lo que quieren. También es cierto que eso sirve para realizar estudios de mercado baratos. Simplemente verificando cuántas veces se ha visto o descargado un trabajo, un editor puede tener una clara idea de su popularidad antes de invertir en la publicación de su propia edición oficial”.