Tras empaparnos de la naturaleza y la historia de Yamaguchi, nuestro próximo destino es la localidad costera de Hagi, con sus calles que nos transmiten la atmósfera de tiempos pasados, su naturaleza que vibra con los colores de cada estación, y el aura cultural y artística que la envuelve. Nos habla de la cerámica hagi-yaki, seña de identidad de Hagi, uno de sus artesanos más representativos: Gesson Hamanaka.
Un encuentro con el destino
Quizás estaba escrito que Hagi era la ciudad donde debía construir mi horno de cerámica. Llevaba un tiempo pensando establecerme, y por mucho que busqué no conseguí encontrar el lugar adecuado, hasta que un día decidí visitar a un conocido de mi abuelo que era un apasionado de la cerámica. Estando ambos en la posada en la que me hospedaba, dibujé allí mismo un mapa de Hagi y se lo enseñé. En ese momento él señaló un punto en el mapa y, sin ningún tipo de titubeo, dijo: “Aquí es donde tienes que construir el horno”. Puede que hubiera algo que le llamara especialmente la atención, no lo sé, pero esta pequeña llamada del destino fue la que hizo que me decidiera a establecer mi taller aquí.
El jardín del taller de Oyagama,
un paisaje que brilla en cada estación
Cerca del taller de cerámica de Oyagama fluye un manantial en el que cada verano se puede disfrutar del vuelo de las luciérnagas. Cuando llega el otoño, las hojas de los ginkgos extienden una alfombra amarilla sobre el jardín, que llega hasta los muros de piedra que lo rodean.
Para avanzar hay que barrer un pequeño camino entre las hojas. En invierno, el jardín queda completamente cubierto de un manto de nieve y uno pierde la noción de cuáles son sus límites. Como si fuera una estepa en Mongolia. El espíritu del ceramista de Hagi.