Hallazgo : En el país de los matagi

Ogutan, jefe honorario de Oguni. / Jérémie Souteyrat pour Zoom Japon

Este singular mundo de los matagi había estado siempre cerrado a Ebihara Hiroko por su sexo. Al principio, podía acompañarlos, pero gracias a que su profesor conocía muy bien a los cazadores. “Es cierto que si yo fuera un hombre, las cosas hubiesen sido mucho más fáciles”, añade ella. Su maestro se defiende. “No me molestaba que vinieras con nosotros, lo que ocurre es que los veteranos tenían que hacer respetar la tradición”. Por entonces, los matagi la aceptaban únicamente cuando cazaba animales fáciles, como liebres. “Era casi una excursión, no me trataban como a un adulto”, ironiza la joven cazadora. Para convertirse en matagi, puso en práctica una estrategia. “Intenté ir a las montañas con ellos lo más a menudo posible, para que al menos se familiarizasen con mi nombre y con mi rostro. Era muy importante mostrar que podía caminar sin que me ayudaran”, confiesa.
Poco a poco se apasionó aún más por la cultura de los matagi, sobre todo de su visión de la naturaleza. “No piensan que las montañas les pertenecen. Las consideran como un tesoro confiado por sus ancestros y que ellos deben transmitir a las generaciones futuras. No capturan nunca por tanto más animales de la cuenta. Para ellos, eso no tiene ningún sentido”, explica la joven. Y la caza de los osos, el animal tan simbólico para los matagi, la consideran como un “duelo”. “Antes de cazar un oso, dedican tiempo en ir al santuario a rezar ante la diosa. En efecto, sería mucho más fácil utilizar una trampa, pero eso no les interesa. Para ellos, sería algo mediocre”. A pesar del sexismo arcaico, este mundo la seduce profundamente, tanto que ella ha crecido en la ciudad de Kumamoto, en la isla de Kyushu, al sur del archipiélago, “sin mucho contacto con la Naturaleza”. “Quería seguir caminando con ellos, y aprender sus conocimientos de la Naturaleza”, recuerda.
Su testarudez dio sus frutos. “Algunos tenían miedo de que su presencia aportara mala suerte, pero todo ha ido muy bien”, explica Saito Shigemi. Si ella ha podido convertirse en matagi es porque “ha tenido un golpe de suerte”. Cada vez que acompañaba a los cazadores, cazaban osos. “Algunos parecían muy sorprendidos”, comenta sarcástica Hiroko.
Tres años antes, es decir en 2010, obtiene oficialmente su título de caza y solicita la admisión en el club local de cazadores. Un mero trámite administrativo pero muy significativo para ella. Después de una reunión, los matagi decidieron aceptarla. Participó en una fiesta de Año Nuevo del club como “nuevo miembro”. “Yo ya no soy amateur, sino responsable de lo que hago”, se dijo entonces. Siete años más tarde, es capaz de cazar liebres sola. “Es una buena matagi y además absorbe lo que le digo como una esponja”, comenta su maestro. El hecho de ser una mujer ya no es un problema. “No es importante”, interviene Ebihara Hiroko. “Cazo de todo como los demás. Me irritaría si alguien me tratase de modo diferente por el hecho de ser una mujer”, continúa.
Si los matagi de Oguni tomaron esta decisión histórica, fue también para salvar su cultura. Tras la casi desaparición del mercado de la peletería debido a la popularización de las fibras sintéticas, nadie vive de la caza desde los años 50. La bilis de oso se vende aún, pero su precio ha bajado. La actividad se vuelve ahora un simple “hobby” y los matagi trabajan durante la semana en las oficinas como los demás. El despoblamiento de la región y el envejecimiento de su población hacen la situación aún más difícil. Resultado: de los 400 que eran en 1975, hoy no son más de 80, con una media de edad superior a los 60 años. Por lo tanto, ahora son ellos los que están en peligro de extinción, mientras que el número de osos pardos en Japón está estable, incluso va en aumento. Conscientes de estos retos, el jefe de los matagi de la época, Saito Kaneyoshi, insistió en que se abriese la puerta a Ebihara Hiroko. “Si se la negamos a gente como ella que se interesan por nuestra cultura, pronto no podremos cazar más”, argumentó ante los decanos, que no la querían por el hecho de ser mujer. “Hoy aún muchos consideran que no se puede hacer nada ante la desaparición de la cultura, aunque yo no quiero que por nada del mundo se pierda”, afirma Ebihara Hiroko. Para pasar más tiempo con el resto de los matagi, se instaló en Oguni en 2011 y trabaja en el ayuntamiento. “Es hora de que pase el testigo a los jóvenes. Es necesario que les transmita mis conocimientos”, confía por su parte Saito Shigemi.
Por suerte, ahora está de moda el interesarse por las culturas regionales. Una decena de personas que no son originarias de Oguni se han hecho matagi. Ebihara Hiroko intenta por su lado reclutar estudiantes por medio de su antiguo profesor. “Si los mayores les hablan, no funcionará. A mí me corresponde el hecho de poner de relieve mi juventud”, sonríe.

Yagishita Yuta

Cómo llegar
Con salida de Tokio, se puede tomar la línea Shinkansen Yamagata hasta Yonezawa (2 h), y la línea JR Yonesaka hasta Oguni (90 min). Es también posible tomar la línea
Shinkansen Jôetsu hasta Niigata (2 h), cambiar a la línea JR Uetsusen hasta Sakamachi (1 h), y luego la línea
JR Yonesaka hasta Oguni (45 min).
www.town.oguni.yamagata.jp