Muchos sueñan con ello, pero poder vivir en Japón de la pasión por el manga o el cosplay no está al alcance de todos.
La cultura otaku (conjunto de elementos ligados a la cultura pop) nunca había sido tan popular. En el mundo entero se celebran numerosos eventos, y el manga y el anime son ampliamente difundidos gracias al trabajo infatigable de muchos traductores profesionales y amateurs. Las comunidades en línea se han multiplicado y en muchos países se organizan ferias de dôjinshi (fanzines) y encuentros consagrados al cosplay. Algunos incluso aprenden japonés para poder disfrutar plenamente su pasión.
Para un número creciente de otakus, la única forma de hacer una inmersión plena en la cultura pop japonesa es acercarse a la “tierra santa de los otakus”; es el caso de la mayor parte de las personas presentadas en este dossier, que han dado el paso en la adolescencia o un poco más tarde, tratando de transformar su amor por la cultura nipona en un trabajo viable.
Estas historias nos muestran el lado más excitante de tomar una decisión tan audaz pero también los desafíos de la vida en un país con valores culturales y sociales muy diferentes.
Aquellos que aspiran a trabajar en el mundo de la animación parecen encontrar las mayores barreras. El americano Henry Thurlow es un buen ejemplo. En el sitio web BuzzFeed contó cómo consiguió ser contratado por un estudio para descubrir lo que significaba la expresión “infierno del trabajo”, con semanas de seis días y de diez horas diarias. Todo por un salario que, a menos que se sea un artista de alto nivel, es invariablemente inferior al salario mínimo. Finalmente, Thurlow consiguió hacer lo que amaba sin volverse loco o caer enfermo, creando su propio estudio, D’Art Shtajio. Su misión es establecer una conexión entre el mundo de la animación japonesa y los mercados exteriores, en particular ayudando a los extranjeros a producir vídeos al estilo nipón.
En el otro extremo, los profesionales independientes de videojuegos parecen haber conseguido prosperar en Japón creando una comunidad que se localiza principalmente en Osaka y Kioto. Estos desarrollan sus propios juegos y contribuyen a llenar el vacío entre los programadores independientes japoneses y Occidente. La consigna es evitar trabajar para editores ya establecidos porque su modelo de desarrollo es muy rígido. Como lo explica el veterano Dale Thomas en «Quora Digest»: “Es realmente frustrante para los extranjeros que llegan y que saben cómo mejorar las cosas pero no están autorizados a hacerlo a causa de esa rigidez”.
El universo del manga parece ser otro bastión inexpugnable aunque de vez en cuando algunos extranjeros consiguen ser publicados en Japón. Es el caso de Åsa Ekström que dejó su Suecia natal en 2011 para instalarse en Tokio donde comenzó a publicar en su blog “Åsa la Nórdica”, en el que desvela los misterios de Japón al mismo tiempo que presenta sus dibujos. Su manga fue adquirido por el mastodonte de la edición, Kadokawa, y fue publicado.
¿Es fácil hacer carrera en Japón en el sector otaku? No, no lo es. Pero no es imposible siempre que se tengan ciertas cualidades y se esté dispuesto a no desanimarse fácilmente.
Francesco Prandoni, responsable de la comunicación del estudio Production I.G, ofrece su testimonio: “Yo ya tenía una experiencia de más de diez años en este campo en mi país. Fui a una entrevista y me contrataron. De hecho, I.G. tiene una larga historia con empleados no japoneses. Nosotros tenemos actualmente empleados originarios de Corea, China, Francia e Italia, aunque ninguno pertenece al departamento de animación. No puedo decir que sea una excepción aquí”, explica.
No hay que olvidar tampoco que a pesar de la popularidad de la cultura japonesa en el mundo, los japoneses no hablan otras lenguas. “Es lo que la mayor parte de la gente que envía su candidatura a nuestro departamento de recursos humanos olvida. Saber hablar y escribir japonés no es solamente un plus, sino una condición necesaria para trabajar en una empresa japonesa como esta. Porque será el único idioma que vuestros colegas utilizarán y comprenderán”, añade Francesco Prandoni.
Jean derome