Al día siguiente por la mañana nos despertamos en nuestra gran habitación tatami, tomamos un desayuno tradicional compuesto de té verde, soja fermentada y pescado, nos despedimos de la posadera y comenzamos el largo ascenso hasta la cima de la montaña. Durante cinco horas arrastramos nuestras piernas cansadas hacia las alturas, preguntándonos qué habría empujado a alguien a perforar un camino a esta altitud.
Llegando a la cúspide, lo entendimos. Pasada una arboleda nos recibió una magnífica vista sobre un lago verde esmeralda (se supone que un dragón vivía en sus profundidades); y después de una larga serie de escarpados escalones nos encontramos ante una fabulosa vista sobre el monte Fuji. También conocimos a nuestro guía Genga-san, un joven y simpático monje que vivía en la cima de Shichimen.
Nuestro alojamiento para la noche era un monasterio budista laberíntico, compuesto por innumerables pasillos y puertas corredizas de aspecto idéntico. Fuimos conducidos por una gran pieza en la que los muros y el techo estaban cubiertos de esculturas de oro. “¿Por qué tanto oro?”, pregunté, ya que me parecía contradictorio a la imagen espartana del espiritualismo budista. “Porque el oro es eterno”, me respondió. Se siguieron noventa minutos de sutras – una ola de sonidos en apariencia interminables – entonadas por una quincena de monjes con voces guturales, golpeando de vez en cuando un gong o un tambor. Nicolas y yo estábamos sentados en sillas de respaldo rígido observando los sutras como hipnotizados.
Finalmente llegó la hora de dormir. Genga-san nos preguntó a qué hora queríamos levantarnos y yo respondí: “4h30 de la mañana” sin darme cuenta de la consecuencia que tendría. A la mañana siguiente a las 4h30 exactas nos despertó repentinamente el sonido de los tambores. Las puertas corredizas se abrieron rápidamente y entraron tres monjes exigiendo nuestro futón a cambio de una tetera y algunas tazas. Todo sucedió tan rápido que tenía la impresión de seguir soñando, pero la tetera humeante estaba allí para confirmar que todo era real.