Uno de los lugares más pintorescos del país, la península de Oga vale realmente la pena.
“¿Por qué vas a Oga?, allí no hay nada que ver”. La mujer de unos sesenta años, sentada a mi lado en el shinkansen con destino a Akita, nació en la península de Oga, prefectura de Akita. Como muchos otros abandonó la provicia por la ciudad hace mucho tiempo, dejando tras ella las casas de madera vacías y los pescadores envejecidos. Está sorprendida, piensa que nosotros somos probablemente los únicos pasajeros del tren en dirección a un destino improbable. Ella va a una vez al año a visitar a sus seres queridos, que ahora también viven fuera. En mi caso viajo para descubrir un lugar del que voy a enamorarme, incluso si nunca antes he ido.
La península de Oga es un pedazo de tierra en forma de hacha, saliente en el mar de Japón, donde hay pocas atracciones e infraestructuras para turistas. No es un destino de viaje muy demandado. Sin embargo, Oga es uno de los lugares más pintorescos de Japón, con su litoral accidentado y su mar agitado, sus bosques, sus lagos volcánicos, sus aguas termales y sus senderos de montaña desiertos, que conducen a santuarios. Como en otras regiones despobladas del Japón rural no hay mucha gente y menos aún turistas. En su lugar hay mucho viento y mar hasta donde alcanza la vista; sin olvidar sus cuentos, sobre todo los relatos populares.