En Japón, el sumo es más que el deporte nacional ya que está ligado estrechamente a la religión. De ahí la importancia del ritual que precede al combate, la sal purificadora que se tira sobre el dohyô sagrado. La lucha se considera como una ofrenda a los dioses y el yokozuna, el rango más elevado entre los luchadores, es el equivalente a un semi-dios. El santuario Mizuwakasu posee su propio dohyô permanente. Con una estructura en tres niveles permite “estar más cerca de los dioses que otorgan de esta forma su protección”, explica el gûji (padre de mayor jerarquía), Imbe Masataka. “La tradición de la práctica del sumo en los santuarios existe desde hace más de 800 años en Japón”. En aquella época no se hablaba todavía de yokozuna sino de ozeki, el campeón. Después venían el sekiwake y el komusubi, distintivos que todavía hoy se utilizan en el Koten-zumô de las islas Oki.
El término “sumo” solo aparecerá varios siglos más tarde en otra edición del Nihon Shoki , en los albores del siglo V. “Aunque depende de la interpretación que hagamos parece que es en estas crónicas donde la palabra aparece por primera vez. El Emperador quiso poner a prueba a los artesanos que decían ser imperturbables cuando trabajaban. Para alterarlos, el emperador sustituyó los luchadores por mujeres desnudas y les pidió que se enfrentaran. Sorprendidos, los artesanos se distrajeron de sus tareas dañando aquello que estaban fabricando”. Ironías del destino, a las mujeres se les prohibió más tarde la entrada en el dohyô. “Es un tema de gran debate en Japón. Hay cada vez más mujeres que entrenan pero no están autorizadas a entrar al dohyô porque son consideradas impuras. Para que eso cambie, los propios luchadores tendrán que pedir que se les permita entrar en el dohyô. Si no, no veo claro como esta situación podría cambiar”.
En otro tiempo, los luchadores eran fundamentalmente empleados domésticos cuyo señor les pedía combatir para su propio placer. “Gracias a este estatus, los luchadores podían gozar de un alojamiento y de un salario bajo que podían incrementar con primas cuando conseguían ganar torneos”. Numerosas estampas hacen referencia a estos combates organizados por los señores como Oda Nobunaga. “En la época medieval, el sumo se practicaba al mismo tiempo que el bugaku (danza antigua) o la danza de los leones (tradición local de la prefectura de Shimane). Podemos, por tanto, concluir que el sumo era considerado como un arte”. En el Japón antiguo “no había todavía criterios claros o reglas como las que existen en la actualidad para convertirse en yokozuna. Era un honor que se concedía a un luchador excepcional, no se sabe verdaderamente quién fue el primero”, reconoce Shinagawa Toshihiko. Fue a finales del siglo XIX cuando Jinmaku Kyûgorô (1829-1903), el único yokozuna de la prefectura de Shimane, sugirió el actual sistema para los luchadores. Todavía hoy, Japón reconoce a Shimane como la región donde nació esta disciplina. De esta manera, la gruesa cuerda trenzada que compone el cinturón del yokozuna es una “referencia a la cuerda que se encuentra a la entrada del santuario de Izumo Ôyashiro, más conocido con el nombre de Izumo Taisha, uno de los santuarios más antiguos de Japón”.
J. F.