A la sombra del árbol de té…

Los japoneses han aprendido a degustar el té. Un aprendizaje progresivo que se ha convertido en un auténtico arte.

Árboles de té que se pierden en el horizonte. Así es el paisaje que se ofrece al visitante en la plantación Yamamotoen, en la prefectura de Shiga. ©Odaira Namihei

“¿Cómo deleitar a sus huéspedes con un sorbo de té? Había reflexionado sesudamente toda su vida sobre cómo ofrecerlo para que se bebiese de la forma más agradable”. Este extracto del romance El Secreto del Maestro de Té, firmado por Yamamoto Kenichi (Mercure de France, 2012) expresa bien la carga emocional que rodea esta bebida alrededor de la cual los japoneses han construido todo un ritual: la ceremonia del té (cha no yu) que se debe a Sen no Rikyu. La dimensión espiritual, casi religiosa, de la preparación y degustación del té en Japón no debe hacernos olvidar que el consumo de esta bebida es relativamente reciente. Si los historiadores comienzan a ponerse de acuerdo en el hecho de que el té fue introducido en Japón en la época de Nara (710-794), la mayor parte de los estudios sobre el tema hablan del año 805 y afirman que es el monje Saicho quien, al regresar de una estancia en China, habría traído una planta de té y la habría plantado en el jardín de té de Hiyoshi (Hiyoshi chaen) en Otsu, prefectura de Shiga. Diez años más tarde y después de haber probado en un templo budista el brebaje, el emperador Saga (786-842) ordena que este arbusto sea cultivado en la región colindante a Kioto y en la capital, donde él residía. Es la razón por la cual las plantaciones de té en esta parte de Japón son todavía las más famosas del país. Entre aquellos lugares que fueron escogidos figura la ciudad de Koka, prefectura de Shiga, donde encontramos algunos de los mejores productores.
Yamamotoen (275-1 Kami Asamiya, Shigarakicho, Koka, www.yamamotoen.co.jp) forma parte de este selecto grupo. Un paseo por sus campos de árboles de té nos transporta en el tiempo. Este primer contacto con el té no ha convencido inmediatamente a los japoneses, ya que en aquella época, debido a la forma de prepararlo, el aroma que desprendía no era muy agradable. Tendrán que pasar más de tres siglos para que un nuevo método de preparación, importado igualmente de China por Eisai, otro monje budista, fundador de la práctica zen, revolucione el consumo de té. La cocción al vapor de las hojas y su posterior secado y reducción a polvo dará nacimiento al matcha que sigue siendo la esencia del té verde. En la misma época, el mismo Eisai publica Kissa yojoki [Pequeño tratado de salud del té] después de haber curado al sogún, o shogun, gracias a esta bebida. Las virtudes del té se han dejado de alabar ya que su popularidad en nuestros países se debe en parte a sus propiedades y principios activos. Detrás del té verde, nombre genérico, se esconden numerosas variedades de plantas (Yutaka midori, Okumidori, Asatsuyu, Kanaya midori, Benifuki, Yabukita, Sae midori, Sayama kaori, Oiwase, Goko) y cada una de ellas confiere al té sutiles matices según el modo de fabricación. En Japón, el té no está fermentado, es decir que las hojas se calientan (se tuestan en el horno o se pasan por vapor) para frenar el proceso de fermentación. Esto permite que cada variedad tenga su propio carácter consiguiendo momentos de intenso placer a la persona que lo degusta. Porque el placer se debe sobre todo a ese instante en el que se saborea el té y no tanto al hecho de saciar la sed.

Odaira Namihei