A tres horas y media de Tokio, esta isla ofrece una desconexión garantizada y la ocasión de descubrir el art de vivre de Okinawa.
Cuando el imaginario europeo trata de nombrar los colores de Japón, enseguida piensa en el rosa palo de la flor del cerezo; en el rojo vivo de las hojas de arce; el gris eléctrico de la ciudad de Tokio, la gigantesca y tentacular capital; o incluso el oro de la magnífica Kioto, con sus templos y jardines milenarios. Pocos definirían a Japón por el turquesa, el coral o el blanco y sin embargo son los principales colores de los paisajes de Zamami.
Acunada por el océano Pacífico, esta isla de Okinawa, situada en el extremo suroeste de Japón, forma parte de la veintena de islas llamadas Kerama, nombradas como 31º parque nacional del país en 2014. Localmente, los okinawenses que tienen su propio dialecto la llaman Kushigiruma.
Accesible a una hora de barco desde el puerto de Naha, capital regional del ex-reino de los Ryûkyû; el horizonte de Zamami se debate entre sus relieves montañosos, sus kilómetros de playas de arena fina y su mar turquesa sin fin. En sus aguas próximas, los miles de peces tropicales que nadan en sus barreras de coral dan la última pincelada a un cuadro perfecto. La isla de Zamami es uno de esos lugares paradisiacos como pocos, pero cuidado, reducirla únicamente a un decorado de postal no le haría justicia. Zamami es una joya en bruto rugosa, donde perdura una vida local rica y recóndita, lejos de todo frenesí; un lugar tan tranquilo que hace dudar si compartir su existencia, por miedo a que desaparezca para siempre.
En otro tiempo, en el siglo XIV, el puerto de la isla de Zamami era utilizado para el tránsito de barcos comerciales hacia China. La industria pesquera era igualmente muy activa, y el bonito, pescado que seco sirve de base de numerosos platos japoneses, fue introducido por primera vez en Okinawa, vía Zamami. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la isla fue igualmente utilizada para la extracción de carbón.
El relieve de la isla la hace poco propicia para las actividades agrícolas. Actualmente las tierras cultivables de Zamami están reducidas a menos de nueve hectáreas y son compartidas por 35 familias. Así cultivan algunas papayas, patatas o cacahuetes y crían bueyes y cabras. Hoy la economía de la isla reposa más en las actividades turísticas y náuticas que en los productos de la pesca y la agricultura. Con sus aproximadamente 860 habitantes, Zamami es como sus vecinas Aka, Tokashiki y Geruma apenas habitadas. Pero es muy apreciada por los japoneses, en particular por los tokiotas, que enamorados del buceo submarino, se aventuran aquí durante el fin de semana para disfrutar de una corta estancia rica en descubrimientos bajo el mar, a menos de tres horas de transporte de la capital. La primera playa se encuentra a veinte minutos a pie del puerto.
Una de las riquezas más grandes de la isla indudablemente se encuentra bajo el agua. Rodeada de arrecifes de coral, Zamami-jima resulta un verdadero paraíso para los buceadores donde los más expertos pueden descender hasta 60 metros de profundidad. Los fondos marinos no obstante son fantásticos para ser observados a partir de los diez metros y numerosos peces tropicales te desfilarán entre las piernas incluso cerca de la playa. Peces de todos los colores pero también corales visibles desde la playa, que hay que tener cuidado de no estropear evitando por todos los medios pisarlos.
Una veintena de clubes náuticos te acompañarán en función de las actividades que os tienten más entre el buceo, el snorkeling, el paddle, el kayak de mar o la pesca. Con suerte podrás observar las tortugas en Zamami, así como las manta rayas. De enero a marzo, siguen saliendo los barcos pero en esta ocasión para admirar las ballenas jorobadas, que pueden medir hasta quince metros de longitud y que tienen por costumbre rodear los islotes durante el invierno.