La prefectura de Hiroshima esconde lugares excepcionales. Entre ellos, el encantador Puerto de Tomo-no-ura.
Sentado, con las piernas cruzadas sobre un cojín en la sala de recepción, Taichoro, el sacerdote del templo de Fukuzen-ji, explica la importancia de la increíble vista que se despliega tras la ventana. Flotando sobre un mar de color zafiro, se divisan las pequeñas islas de Sensui y Benten. En esta última, una pagoda de color naranja surge en la mitad de los oscuros pinos, como una llama, mientras que un pequeño torii en la costa indica que se trata de un lugar sagrado. En 1711, el enviado coreano I Pan-on la describió como «la vista más bella de Japón.»
Pero, continua el sacerdote, no se trata solamente de una hermosa vista. A través de los siglos, este lugar ha servido igualmente de calendario cósmico. « La posición de las estrellas y los planetas en relación a estas islas permitía determinar el momento idóneo para celebrar el solsticio, el equinoccio, la luna de octubre y el Año Nuevo », cuenta. En ese momento saca una caja llena de antiguas reliquias: diales (medidores) solares, farolillos, pergaminos. Una serie de recuerdos que aglutinan varios siglos. Cada objeto posee su propia historia y el sacerdote parece estar listo para contarlas. Pero el guía se inclina, su cabeza toca prácticamente el tatami y se disculpa diciendo que su pequeño grupo, de una veintena de personas, está ya retrasado y deben darse prisa para acometer la próxima etapa de su viaje. El sacerdote le lanza una mirada de interrogación y a continuación se encoge de hombros con buen humor. Tiene un ligero toque de Dalai Lama. ¿Tiempo? ¿Darse prisa? Son conceptos totalmente ajenos a su universo.