Así como en el Palio de Parma, en el Nomaoi de Soma, los caballeros defienden con orgullo su región.
El día empieza en el santuario de Nakamura. Kazuhiko Ito se afana en el establo donde prepara su caballo para la carrera anual de Nomaoi. Pompones de terciopelo, monturas de cuero negro y oro, estribos en laca negra, nada es demasiado para esta fiesta que celebra mil años de historia del clan Soma, en la ciudad del mismo nombre, en la prefectura de Fukushima. Los orígenes del Nomaoi, cuyo significado literal es «persecución de caballos salvajes», se remontan a la era Sengoku cuando los samuráis se entrenaban secretamente capturando hordas de caballos salvajes para a continuación ofrecérselos a los dioses shinto. “¡Si habéis visto Último Samurái sabréis que estos hombres pertenecen al clan Soma!” dice conn orgullo Kazuhiko acariciando la grupa de su caballo. Nativo de la ciudad portuaria de Soma, a sus 31 años participa por primera vez en la gran carrera de Shinki Sodatsusen. Un acontecimiento para el cual se prepara desde que tenía 10 años. A lo lejos, se oye el canto de las cigalas elevándose al ritmo del sol. Pronto el calor será sofocante. Por encuanto, el santuario es todavía un remanso de paz donde los caballeros pueden entrar en sintonía con sus monturas lejos de la multitud. “Hemos rogado a los dioses del santuario que devuelvan a esta fiesta todo su esplendor y que Soma se reconstruya rápidamente”, explica Makoto Takahashi, que se ocupa de la organización del Nomaoi en Minami-Soma, la población vecina. La triple catástrofe ocurrida el 11 de marzo de 2011 ha dejado huellas indelebles en esta región costera que vivía de la pesca. El accidente nuclear de la central de Fukushima Dai-ichi, a 20 km del lugar, ha provocado el éxodo de 160 000 habitantes procedentes de varias aldeas vecinas, ya que ese territorio ha sido designado como zona prohibida. Muchos se han refugiado en Soma y Minami-Soma y viven todavía en alojamientos provisionales. Pero incluso en el año 2011, el Nomaoi no faltó a su cita anual.
La fiesta, que comienza la víspera con una procesión de caballeros en la ciudad de Soma, atrae centenas de personas desde primeras horas de la mañana. A continuación, la multitud que se ha ido congregando, se dirige hacia el santuario de Ota en Minami-Soma para la salida de otra procesión. Alrededor, los santuarios de Nakamura, Ota et Odaka, el Nomaoi reconstruyen cronológicamente, durante 3 días, los rituales guerreros de los samuráis. En un fabuloso escenario de arrozales rodeados de montañas, el cortejo avanza solemnemente al ritmo de los tambores y las caracolas, réplica perfecta de una pintura de la Edad Media. Detrás del comandante en jefe, los sacerdotes, los porteadores de palanquines, los palafreneros, los guerreros, y también niños ataviados como príncipes, todos desfilan en un ambiente a la vez majestuoso y tranquilo. Los caballeros desde lo alto de sus nobles caballos no dudan en saludar y sonreír a los espectadores reunidos a lo largo de los arrozales, abanicándose enérgicamente mientras maldicen el calor. Como todos los matsuris -las fiestas tradicionales japonesas-, el Nomaoi es un momento de encuentro anual entre familia y amigos. Para algunos, es la ocasión de dar rienda suelta a su pasión por los équidos. “He venido de la ciudad de Fukushima, soy una apasionada de la equitación y participo en mi primer Nomaoi este año” nos confía emocionada Marumatsu Fumie, una joven mujer encargada de llevar al paso a los caballeros. Ciertos caballos relinchan y se revuelven furiosos debido a la multitud y el paso lento de la procesión. Los Jadis, los caballos de Soma, tenían una gran reputación en todo Japón, pero han sido reemplazados por una raza más fuerte y sobre todo más grande. “Hemos tenido que adaptar nuestros caballos a la talla de los japoneses de hoy. ¡Nuestros ancestros no median más de 1.60 m!” indica Kazuhiko. Ha comprado su caballo hace seis meses, justo a tiempo para participar en el evento. “El Nomaoi es una fiesta diferente. Incluso si se desea participar no siempre se puede, hace falta encontrar un buen caballo y no es como un coche, no es suficiente con tener el dinero”, nos cuenta. Infelizmente, según llega al hipódromo de Hibarigahara donde debe celebrarse la primera carrera del Nomaoi, Kazuhiko cae violentamente del caballo. Ambulancia, hospital, la herida no es grave, pero el médico decide mantenerlo en observación. Entramos sin él al Mihosushi, el restaurante que tienen sus padres en Soma, un verdadero museo en miniatura del Nomaoi. Sonriente, Ichiko, la madre, nos sirve sobre el gran tatami platos de tempuras y sashimis mientras esperamos el regreso de su hijo.”Hace algunos años, comencé a hacer algunas investigaciones sobre el origen de mis ancestros y descubrí que eran samuráis. Por eso Kazuhiko ha decidido participar en el Nomaoi. Es necesario llevar el blasón de una familia de samuráis para poder ser admitido”, explica mostrando en el armario de los Ito, una flor de genciana, ocupando el lugar de honor encima de decenas de botellas de sake traídas por sus allegados. Finalmente, Kazuhiko, vuelve, acompañado de sus dos fieles amigos. De humor un poco sombrío después de la caída, come algo antes de subir a su apartamento para descansar, y anuncia que participará como previsto en la Gran carrera del día siguiente, la familia no hace comentarios. Kazuhiko se entrena después de seis meses, saliendo a media noche después del trabajo para correr con su caballo. El restaurante, que les sirve también de casa, ha sido medio destruido por el seísmo, la cuñada es originaria de Namie -a 3 km de la central accidentada que es ahora un refugio nuclear- y el amigo de la familia Tadano Akio, trabajador en la central, ha perdido a su madre y su hermana durante el tsunami.