En el mismo género, hallamos Sake no hosomichi [El camino estrecho del sake, ediciones Nihon Bungeisha], cuyo título hace referencia a Oku no hosomichi [El camino estrecho al fin del mundo], célebre obra del poeta Matsuo Bashô. Ideada por Razwell Hosoki, esta historia pone en escena a un empleado de oficina, Iwama Sôtatsu, cuyos principales placeres en la vida son la comida, la bebida y la redacción de haiku (poemas cortos), tomando como ejemplo al ilustre autor. Desde entonces, sus cortas aventuras consisten en adentrar a los lectores en su búsqueda de instantes de felicidad que retranscribe en sus poemas. El nihonshu no es la estrella de este manga, aunque está en el centro de las preocupaciones de este empleado de 29 años, representativo de una cierta categoría de la población japonesa. Si su día a día profesional puede ser fuente de frustraciones, al mismo nivel que sus dificultades con las mujeres, Iwama Sôtatsu halla en el consumo de alcohol momentos de plenitud y de intercambio. La lectura de este manga es interesante en la medida en que refleja la evolución de la sociedad nipona. Si hubo un tiempo en el que beber sake solo era casi impensable, al ser contrario al espíritu japonés de compartir y de amabilidad, ya no es raro ver a hombres consumir de manera aislada su nihonshu. El héroe de esta serie lo hace regularmente, aunque le gustaría poder hacerlo en compañia. La historia en la que decide dejar la ciudad tomando un tren con su stock de One Cup, esas dosis de sake barato vendidas en algunos distribuidores automáticos o en los pequeños supermercados, lo ilustra muy bien. Su comportamiento irrita a sus vecinos hasta el instante en el que encuentra un hombre mayor que él que entiende su soledad y con quien entabla una conversación. Con 43 volúmenes publicados, las aventuras de Iwama Sôtatsu han conquistado al público, sobre todo masculino, que se siente reflejado en ese personaje: encarna el rostro del Japón contemporáneo.
Los mangas en torno al sake no evocan todos los puntos de vista de los consumidores. Algunos de entre ellos se ciñen a contar historias que ponen en escena a los productores. Entre estos, dos copan la atención. El primero, Natsuko no saké [El sake de Natsuko, ediciones Kôdansha], es la obra de Oze Akira. Prepublicado entre 1988 y 1991 en Shûkan Morning, esta serie aborda las dificultades que tienen los agricultores y los productores de nihonshu. Más allá de la voluntad de poner el acento sobre una realidad poco conocida para la mayoría de los japoneses, el autor tiene el mérito de tratarla adoptando el punto de vista de una mujer que deberá manejarse en un universo masculino. Destinada a trabajar en una agencia de publicidad tokiota, Saeki Natsuko decide dimitir y retomar la destilería familiar el día en el que su hermano cae enfermo y no puede realizar ya su sueño de producir el mejor sake de Japón gracias a un arroz excepcional, el Tatsunokishi. Para lograrlo, deberá afrontar numerosas pruebas. La serie tuvo tanto en vilo a los lectores, que en 1994 la emisora Fuji TV decide adaptarla. El tono de Oze Akira es decididamente más serio que el resto de mangas presentados, porque se trata para él de describir una realidad de la que no se habla mucho: la despoblación rural en Japón.
Retomará este tema en otra serie titulada Kurôdo [Claude, ed. Shôgakukan, inédita en español], publicada entre 2006 y 2009 en Big Comic Original. Desarrollada en la provincia de Shimane, una de las regiones más castigadas por el envejecimiento y la despoblación, la historia cuenta cómo un americano, Claude Buttermaker, que tiene algo de sangre japonesa en las venas, intenta relanzar la destilería de sus ancestros nipones. La barrera de la lengua –Claude no habla japonés y sus interlocutores apenas dominan el inglés– y los problemas administrativos (visa) no le facilitan la tarea, aunque cuenta con la ayuda de sus nuevos amigos japoneses. Uno de los puntos fuertes de este manga es describir con precisión el trabajo de los destiladores de sake. Oze Akira sumerge al lector en el ambiente tan particular de las destilerías. Se siente la admiración que el autor profesa por estos hombres que, partiendo de ingredientes simples, producen una bebida tan sutil. La elección de Shimane no está solo fundada en cuestiones demográficas, sino porque también allí se halla Izumo, uno de los bastiones del sintoísmo, religión en la que el nihonshu ocupa un lugar importante, al ser la bebida de los dioses. La combinación perfecta.
Odaira Namihei