Las experiencias grandiosas comienzan generalmente de forma banal, y la que os voy a contar no es una excepción. Mi amigo Nicolas escribía un texto sobre los misterios que nos esperaban en la cumbre del monte Shichimen. Nuestro viaje comenzó a bordo de un tren con destino a Shimobe Onsen. Tres horas más tarde, Nicolas y yo llegamos a Minobu, prefectura de Yamanashi, un lugar donde muchas cosas parecen estar fijadas en el tiempo.
Las telas de araña cubrían las viejas bicicletas oxidadas, colocadas delante de las tiendas entreabiertas, en las calles adormecidas. Nuestro ryokan, o albergue tradicional, lo regentaba una mujer mayor muy enérgica que nos llevó a hacer un gran tour del lugar. Como un gran número de antiguos ryokan, aunque no se tratase de un edificio gigantesco, contaba con muchas habitaciones, pasillos y esquinas; y como estaba construido principalmente en madera, cada uno de nuestros pasos era acompañado de un agradable crujido. Mientras nos aventurábamos al sótano en busca de los baños, tuvimos la sensación de estar vigilados por fantasmas. Había numerosos corredores oscuros y estrechos que conducían a armarios y almacenes abandonados. Finalmente llegamos a las termas con un fuerte olor a azufre, tan relajantes tras un largo trayecto en tren.