En Shintoku, Miyajima Nozomu ha cumplido su sueño de crear “un verdadero queso japonés” cuya reputación no deja de aumentar.
Tierra agrícola por excelencia, Hokkaidô produce un poco de todo lo que se puede encontrar en la mesa de una familia japonesa contemporánea. Sea o no por el hecho de haber sido desarrollado de forma tardía por las autoridades, el caso es que que se producen alimentos que no siempre han formado parte de la comida tradicional de los japoneses. Tokachi es una de las regiones más punteras en este sentido. Esto es tan cierto que encontramos viticultores a pesar de la dureza del clima. Ver viñas nevadas durante buena parte del año es un espectáculo poco usual que no impide que ciertos enamorados de los vinos japoneses hagan el viaje hasta Ikeda, al este de Obihiro, para conseguir algunas botellas de Château Ikeda. No están todavía al nivel de los vinos de Kôshû, al pie del monte Fuji, pero hace ya unos 50 años que la producción goza de buena reputación entre los amantes del tinto. Los japoneses también saben que el vino marida bien con el queso. Tras numerosos viajes, ver reportajes en la televisión o películas francesas que muestran que las comidas se terminan con un pedazo de queso, han querido copiar a estos occidentales con fama de ser buenos gourmets y bon vivants. Antes, los más snobs o aquellos que buscaban la versión original, se dirigían a los departamentos de alimentación de los grandes almacenes tokiotas o ciertas tiendas gourmet como Meidi-ya para comprar quesos que venían directamente del hexágono. Pero tenían que pagar un precio elevado. Los menos afortunados o más ambiciosos compraban quesos hechos en Japón, sobre todo un camembert industrial fabricado en Hokkaidô por los gigantes de la alimentación como Meiji o Yukijirushi. Se producía en esta parte de Japón ya que aquí se encuentra el mayor número de vacas lecheras. Sea como fuere, sin estar malo, la consistencia de este camembert japonés no se parecía apenas al francés, incluyendo marcas importantes como Lactalis y su famosa marca President. Envasado en latas o cajas de plástico, no daban muchas ganas de “hincarle el diente”.