Desde el vivero de Kandaka Keiichi también se ve el monte Shiun. Con su hijo Kôhei, de 26 años, son la cuarta y quinta generación, respectivamente, de especialistas de bonsáis de la familia. Su compañía, Bonsai Kandaka Shôjuen, se sitúa en Kinashi, no lejos del centro de Takamatsu. En su vivero, muchos bonsáis tienen más de 100 años. El orgullo local es el Nishiki Matsu, una especie de la familia del kuromatsu (pino negro), pero originario de Takamatsu, reconocible por la textura de su tronco que da la impresión de ser muy viejo. “Hemos recogido algunos especímenes en el monte Shiun”, explica Kandaka Keiichi. “Los hemos hecho crecer. Las ramas tienen una tendencia natural a levantarse, así que metemos unas varillas de acero para acompañarlas en un movimiento diferente”.
En el momento de la poda, el proceso de cortar las ramas es casi intuitivo. Kandaka Keiichi no sabe realmente muy bien cuándo ni por qué siente la necesidad de cortar una rama más que otra. “Es instintivo. He hecho eso toda mi vida, simplemente lo sé”, dice sonriendo. Su vivero se compone de ejemplares extraordinarios. Como este bonsái, bautizado dôjô iri, en el que las ramas forman un verdadero tapiz verde. La paciencia y el cuidado son las palabras maestras de un especialista del bonsái. “En el caso de un pequeño bonsái, son necesarios 20 años para conseguir la forma perfecta y las ramas bien formadas. Solo la primera fase, la de la hidratación, lleva 10 años”. Si le preguntamos cuál es su bonsái preferido de entre los centenares que lo rodean, Kandaka Keiichi tiene grandes dificultades para decidirse. “No lo sé, hay tantos, los amo a todos”. La prefectura de Kagawa es el segundo productor de bonsáis de todo Japón. Con 200 años de “savoir-faire” esta prefectura exporta al mundo entero, incluyendo Europa.
En lo relativo a la gastronomía, Kagawa se enorgullece de sus udon (pasta de harina de trigo tierno) que se encuentran por todos lados y en cualquier ocasión en la llanura de Sanuki. Un poco más al oeste de Takamatsu, en la aldea de Kotohira, un restaurante nos propone ponernos manos a la masa y hacerlos nosotros mismos. Si prestas atención a “Matchan sensei”, el profesor Matchan, y estás preparado para meter las manos en la harina, esta actividad es perfecta para ti. El curso esconde varias sorpresas pero constituye sobre todo un momento perfecto para relajarse. Como recuerdo te llevarás un diploma que acredita tus dotes haciendo udon y tendrás la suerte (¿o no?) de degustar tu propia pasta a la hora del almuerzo. La escuela Nakano Udon se sitúa al pie de Kompira-san, un santuario sintoísta en la cumbre del monte Zôzu. Su camino de peregrinación, aunque muy popular desde la era Muromachi, es de difícil acceso. Para llegar, hay que tener el coraje de subir los 785 escalones de la entrada que llevan a la cumbre del monte y a su increíble panorama sobre la planicie. Al bajar, no dudes en hacer una parada en el teatro de kabuki Kompira Oshibai, edificado en 1835 y que se encuentra en el camino de vuelta. Se trata del teatro más antiguo de Japón. El edificio en sí ya vale la pena y se puede visitar todo el año. Sin embargo, el calendario de espectáculos se limita al mes de abril.