Pero lo que la mayor parte de los visitantes vienen a ver es el templo fantasmagórico de Kosanji, uno de los sitios más extraordinarios que se pueden ver en Japón. No importa cuanto hayas leído sobre Kosanji antes de llegar, nada te prepara para el espectáculo que te espera.
Kanemoto – o mejor dicho Kosanji Koso – no se contentó con rendir tributo a la memoria de su madre con un templo cualquiera. Quiso que fuera el mejor. Así, mandó construir réplicas de ciertas partes de sus templos preferidos de todo el país, una especie de palmarés de los lugares más bellos de Japón, que representan no solamente lugares diferentes, sino épocas muy distintas. Desde edificios de la época Asuka (538-719) hasta el periodo Edo (1603-1868), el visitante viaja a través del tiempo y el espacio, recorriendo mil años de arquitectura budista.
Lo primero será penetrar en el recinto a través de las puertas rojas y blancas (réplica de la puerta Shinshinden del Palacio imperial de Kioto) donde desembolsaremos 1 200 yenes para continuar la visita en dirección a la puerta Chumon (moldeada a la manera de la puerta Romon del templo Horyu-ji en Nara). En total, más de veinte puertas, halls y pagodas -de las cuales quince están clasificadas Bienes Culturales tangibles- que cubren un total de 50 000 metros cuadrados. Este deslumbrante espectáculo es la visión del paraíso de un hombre, e incluso desconociendo la historia de los edificios es imposible no quedar maravillado ante el espectáculo. Sobretodo durante el mes de abril, cuando este magnífico escenario se tiñe del rosa pálido de las flores de los cerezos. Pero Kosanji Koso no solo copió los edificios originales, sino que los embelleció con su propia imaginación, como una de estas películas « inspiradas en hechos reales » que exageran las situaciones para reforzar el efecto dramático.
El caso de la estatua Guze Kannon, réplica de la de Yumedono en el templo Horyu-ji, es un buen ejemplo. Pese a que la original solo mide 1,97 metros de alto, la versión de Kosanji alcanza los quince metros. También es sorprendente la puerta de Koyonomon, o “Mi último deseo” como la llamaba Kosanji Koso. Se trata de una reproducción a gran escala de la puerta de Yomeimon del templo Nikko, cerca de Nara. Su promotor añadió una orgía de detalles e increíbles colores. Duendes de oro brillantes en el vértice y un número incontable de extraordinarios dragones de todas las formas, tallas y colores. Gatos que se esconden en los bosques o entre las flores de loto al lado de los Budas de pie, los Budas recostados, los Budas sentados -todos brillando con los verdes, los oros y los rojos, los blancos y los naranjas. No nos sorprende que hayan sido necesario diez años para terminar solo esta puerta.
Justo detrás del complejo principal, el sol brilla sobre una colina de blanco impoluto. Se trata de la colina de la esperanza: un amplio jardín de 5 000 metros cuadrados en mármol italiano, concebido por Kuetani Kazuto, un escultor originario de Hiroshima. La Torre de la Luz, como dos manos gigantes juntadose en plegaria, se eleva hacia el cielo en la resplandeciente montaña. Es el momento perfecto para hacer una pausa, en una esquina tranquila justo detrás de la sala octogonal donde es posible descubrir el secreto del wabisabi, este concepto de la estética y la espiritualidad japonesa. Una cascada de agua cae en un estanque de lotos salpicado de rocas cubiertas de vegetación y farolillos de piedra. Pequeños puentes de piedra atraviesan un riachuelo, mientras que hermosas aves verdes pasan de rama en rama de un sauce llorón. El dulce olor del incienso envuelve el templo.
Para los que quieran quedarse en la isla, la ciudad portuaria de Setoda dispone de algunos albergues tradicionales con vistas al mar. Entre ellos, el Ryokan Tsutsui en el que se puede disfrutar de un baño perfumado al limón mientras que el Suminoe posee un jardín tradicional japonés. Otra opción es volver a Onomichi y quedarse en el hotel U2 Cycle, el primer hotel japonés concebido especialmente para los ciclistas (los automovilistas son igualmente bienvenidos). Pero antes de partir, no olvides probar el famoso helado de limón.
Steve John Powell