A menudo utilizado como decorado de cine, la pequeña isla es un paraíso del que nunca te cansas.
¿Quién no ha soñado alguna vez vivir en una isla? Pues bien, en el mar Interior este sueño siempre puede hacerse realidad. El mar alberga un verdadero laberinto de islas, algunas ya sólo se asemejan a dedos de roca deshechos, otras ofrecen un sabor auténtico del Japón rural.
La vida se desarrolla a un ritmo diferente del resto del país. El tiempo se ralentiza al igual que el tráfico. “Me gustan estos lugares porque son tranquilos”, me dijo un día uno de mis antiguos estudiantes. “Por la noche sólo se oyen los grillos y es muy seguro”.
“A menudo salimos de casa sin cerrar la puerta con llave.” Hablaba de Kurahashi, una isla situada enfrente de la popular ciudad de Kure, en la prefectura de Hiroshima. Un canal de únicamente 90 metros de ancho, conocido como el estrecho Ondo, separa la bulliciosa ciudad de esta magnífica isla. Cada vez que atravieso el puente tengo la impresión de penetrar en otro mundo.
Desde que pasas al otro lado del estrecho, sientes que se impone el ritmo de la isla. Te encontrarás en un reino de plantaciones de cítricos y de arrozales atrapados entre los pliegues de las montañas ; los bosques se extienden hasta la orilla del mar y cuando llega la noche, salen los jabalíes. Encontrarás a menudo puestos de frutas sin vendedores, basta con dejar unas pocas monedas y servirse.
Desde la desaparición de la construcción naval, los cítricos, en particular las mandarinas, son el principal recurso de la isla. Kurahashi es la segunda isla más grande de las Geiyô, un pequeño archipiélago del mar Interior occidental situado entre las prefecturas de Hiroshima y Ehime. Con una superficie de 69 km², es dos veces más grande que Miyajima, situada a proximidad. Antaño, la isla fue célebre por la construcción naval. Desde el reinado de la emperadora Suiko (554-628), los isleños de Kurahashi fabricaban los navíos que trasportaban los enviados japoneses a China y otros lugares.
Lo que hace que mi mujer Ángeles y yo volvamos a Kurahashi es la playa de Katsuragahama. Todos hemos tenido nuestra dosis de playas bonitas ¿verdad?, pues esta además tiene una dimensión histórica y sagrada. Se encuentra al sur de Kurahashi y su belleza fue celebrada durante el siglo VIII en el Man’yôshû, la antología más antigua conocida de la poesía japonesa en la que un poeta escribió: “si solamente mi vida tuviera la gracia y los innombrables años de este pequeño pinar de la isla de Nagato”. Nagato era el antiguo nombre de Kurahashi.
“No importa las veces que hayamos venido. Siempre siento la misma emoción cuando pasamos la montaña y contemplamos la pequeña ciudad de tejados azules con las islas en el horizonte que se extienden en la bruma, sobre el mar moteado de sol”. Y como dice el poema, todavía existe esta “pequeña pineda” entre la carretera y la playa. La leyenda dice que hay 500 pinos.
Otro poeta escribió: “Consagraría mi vida a los pinos de la ribera de la isla de Nagato; me pregunto cuántas generaciones han sido necesarias para hacer de ella una entidad divina”. Donde los pinos se confunden con la playa, un inmenso torii de piedra aparece sobre la arena blanca. Para aquellos que llegaban en barco en la antigüedad, el mensaje estaba claro: aquí viven los dioses. Porque aunque hoy es bucólico, en el siglo VIII, Katsuragahama fue el teatro de un importante tráfico marítimo. Desde aquí los enviados japoneses fueron llevados a Shiragi en Corea en el año 736. Este evento permitió a Kurahashi ser mencionado por segunda vez en Man’yôshû. Por esta misma razón en 1944 el gobierno prefectoral de Hiroshima la designó Lugar de Interés Histórico.