“En otro tiempo, todo el mundo era hyakushô. Si volvemos a este sistema de autosuficiencia extrema, podríamos salir de la globalización y proteger nuestro medio ambiente”, dice. Un ideal que le cuesta mucho esfuerzo en términos de trabajo pero que comienza a dar resultados. “Calculo que pronto podré vivir comiendo lo que cultivo, llevar ropa de mi propia producción de algodón y producir mis propias semillas. Solamente me queda el carburante que continúa comiéndose mi presupuesto!” cuenta, y añade que piensa comprar próximamente un caballo para evitar lo máximo posible el vehículo. “Para tener una vida de autosuficiencia, uno no debe depender del combustible para vivir », concluye con convicción.
Una filosofía que comparte Yoshida Kengo. Este carismático hombre de 60 años, conocido con el sobrenombre de Kengoman, ha inspirado a un buen número de familias a franquear los obstáculos para vivir conforme a sus ideales. Desde hace 7 años, vive en una tienda de campaña con cúpula en un bosque al pie del volcán Aso, con su mujer e hijos. El lugar es impresionante, sobre todo después de haber visto los centros comerciales y los pachinko [salas que albergan centenas de máquinas de juego que consisten en circular bolas de acero] a lo largo de la ciudad de Aso. Por un camino de tierra, entramos en un bosque salpicado de camelias rojas donde escuchamos el agua cayendo y los cantos de los pájaros. En el medio, se encuentra una cúpula blanca rodeada de varas de bambú, un panel solar, un gallinero y una tonelada de madera muerta. “La instalación ha sufrido un poco durante los años, hemos acumulado un montón de cosas!” dice divertido Kengo, sacudiendo sus largas trenzas. Su mujer, Nobu, está preparando un curry indio sobre una estufa cohete casera, en la cocina exterior que sirve también como comedor cuando hace buen tiempo. El interior de la tienda, que ocupa el mínimo espacio, es una sorprendente mezcla entre una yurta mongola, un outdoor japonés y los tipis de los indígenas americanos, con una mecedora, atrapasueños colgados del techo, una batería escondida entre la cama y una mesa cubierta con una manta, o kotatsu. “Es aquí donde hemos pasado siete años de nuestra vida. Ahora ha llegado el momento de mudarse a una casa más grande que estoy construyendo más arriba”, nos cuenta Kengo. Nacido en Saitama, al norte de Tokio, este viajero y creador de arte confeccionaba maquetas para estudios de arquitectura cuando la tierra tembló, provocando un tsumani y un accidente aéreo. “No dudé un segundo, reuní a mis seis hijos y nos fuimos todos en mi furgoneta a Kyûshû”, explica este anti-nuclear convencido. “Papá nos dijo que es la central de Hamaoka, al oeste de Tokio, la que explotará un día. Estábamos todos decididos a huir hacia el Este, pero finalmente partimos hacia el Oeste”, bromea su hijo Shien. Pequeñas gafas redondas y melena heredada de su padre, este joven de 22 años solo tenía 15 en el momento de la catástrofe, debiendo abandonar de la noche a la mañana su colegio y sus amigos. “No me arrepentí ni un segundo, además, tampoco había otra alternativa” dice exhibiendo un gran sonrisa llena de confianza. Las cosas fueron más complicadas para su hermana mayor que tuvo que dejar su trabajo, aunque al contrario que la mayoría de los japoneses, los Yoshida estaban preparados desde hace tiempo para lo peor. “Pasamos tres meses en la carretera acampando por aquí y por allá. Afortunadamente, yo ya tenía una tienda de campaña y todo lo necesario para sobrevivir”, recuerda Kengo, que se ganaba la vida también alquilando sus tiendas de campaña en festivales al aire libre.