Al igual que Imada Miho, cada vez más mujeres se lanzan a producir la bebida de los dioses.
Japón ha sabido siempre preservar sus tradiciones, que perduran desde hace siglos; tradiciones que tienen al mismo tiempo su parte oscura: numerosos oficios y lugares están vetados a las mujeres. Un deporte nacional como el sumô les prohíbe aún subir a un ring (en la época Edo, las mujeres no tenían derecho ni de acudir a las luchas); no podían ascender a las montañas sagradas, como el Monte Fuji, ni participar en ciertas fiestas, sin mencionar el teatro kabuki, representado hoy únicamente por hombres, o el teatro nô, en el que las mujeres empiezan a participar solo después de la guerra.
Si en el terreno de la cocina vemos aparecer tímidamente mujeres chefs, pocos son los que han visto a una mujer ocupar ese puesto en un restaurante de sushi: según la creencia popular, las mujeres no son aptas para este oficio a causa de las menstruaciones o de la temperatura más alta de sus manos, que alteran la calidad de los pescados…
El mundo del sake tampoco ha sido ajeno a esta costumbre-superstición. Durante mucho tiempo se dijo que permitir a una mujer acceder a la bodega podía estropear el sake. En el Japón actual, decenas de mujeres tôji (maestro destilador) trabajan allí, algunas de las cuales son conocidas y admiradas por la calidad de su sake. En el universo de fabricación del sake, el tabú sobre las mujeres parece disiparse más que en otros terrenos tradicionales. En Akitsu, ciudad de la provincia de Hiroshima, conocida por la habilidad de las “Hiroshima tôji”, nos encontramos con Imada Miho, una de las primeras mujeres tôji, de la destilería familiar Imada Shuzô Honten, fundada en 1868. La destilería está ubicada justo al lado del mar Interior, un mar suave y fructuoso. “Dicen que el paisaje se parece al de Sicilia”, nos comenta. Un clima templado, colinas ondulantes que bordean el entorno, con muchos naranjos y limoneros.
Imada Miho forma parte de la generación de los kuramoto tôji. Tradicionalmente, el kuramoto, jefe de la destilería, no se ocupaba de la producción de sake, sino que se concentraba en la gestión de la destilería y contrataba al tôji, el responsable de la producción. Sin embargo, desde hace unas dos décadas, sobre todo en las destilerías pequeñas y medianas, los mismos jefes se pusieron a producir sake, por un lado para encarar la crisis del sector en los años 90, ya que carecían de medios para contratar personal, y también para insuflar un aire fresco, empujados por el deseo de crear sakes liberados de ciertos clichés. Es esta generación la que, a menudo, se reorientó profesionalmente para tomar las riendas del negocio familiar, o se sumergió en el medio por pasión.