En Shiraoi y Akan hay kotan recuperadas, es decir, aldeas ainus. En el interior de las casas con el techo de paja, llamadas cise, los ainus ejecutan danzas y cantos tradicionales y esculpen recuerdos para grupos de turistas japoneses o extranjeros. El museo ainu Porotokotan en Shiraoi está a punto de convertirse en institución nacional y espera recibir un millón de visitantes de aquí al 2020.
Para numerosos ainus, la industria del turismo es el único medio de transmitir su cultura. Algunos critican estas instituciones, que según ellos, edulcoran su patrimonio para convertirlo en una mera atracción turística. Otros prefieren adoptar una postura diferente siguiendo el ejemplo de Kanô Oki, una de las figuras más interesantes de la escena musical contemporánea ainu. Gracias a su dominio del tonkori, instrumento tradicional de cuerdas punteadas, explora diferentes formas de sonido. Solo o con su grupo Oki Dub Ainu, ha grabado numerosos álbumes, ha aparecido en la televisión nacional y realizado giras en el extranjero.
La herencia indígena ha moldeado aldeas y comunidades en todo Hokkaidô.
“Que seáis o no ainu, esta es una aldea ainu. Quienes viven aquí no pueden elegir ser o no ainu”. Para Kaizawa Maki, un ainu de Nibutani, incluso los japoneses que no son ainus, los llamados wajin, respetan de forma natural la forma de vida indígena. Muchos wajin visitan Hokkaidô para aprender y vivir de cierta manera. Jun, un japonés originario de Tokio, se instaló en Hokkaidô y fundó una familia. Como muchos otros, decidió dejar la ciudad después del desastre nuclear de Fukushima. Soñaba con una nueva vida, más cerca de la naturaleza y la encontró con el modo de vida ainu. Entre los primeros wajin que se unieron a la comunidad indígena, están los Takano. Ellos se instalaron en Nibutani en los años 60 y se convirtieron en artesanos ainus cualificados. Se integraron de tal forma que fueron la última familia que realizó el ritual del sacrificio del oso en la aldea, el iomante, con la participación de toda la comunidad.
El iomante es un ritual complejo que ya no se practica. Implica la adopción y más tarde el sacrificio de un oso pequeño. Éste se cría como un verdadero miembro de la familia. Se le da un nombre y es tratado como un hijo. Antes de que crezca demasiado debe ser sacrificado para “enviar su espíritu” al mundo de los dioses. Al oso se le da muerte con flechas, se disecciona y se come. Su cráneo se coloca sobre una lanza. Todo Nibutani participó en el sacrificio de Ponta-chan, el oso de los Takano. El cráneo de Ponta está expuesto en uno de los museos locales.
Nibutani, Shiraoi y Akan son los lugares más importantes de la historia y la cultura ainu. Aunque pequeños y geográficamente aislados, están muy bien conectados con el resto de la comunidad indígena. Los Ainus de Japón se conocen todos. Mantienen un diálogo permanente, debaten e incluso se enfrentan acerca de las cuestiones del activismo cultural y político. Comparten sus saberes y sus actividades gracias a las redes sociales así como los eventos e iniciativas que se llevan a cabo a nivel local. Ciertos grupos ainus han tendido la mano a otras comunidades indígenas en el mundo, organizando intercambios culturales con grupos de maorís y amerindios. Ya no existen las fronteras: el pequeño kotan ainu se ha convertido una aldea global.
Laura Liverani