Obligados durante mucho tiempo a ocultar sus raíces, este pueblo indígena de Hokkaidô lucha por ser reconocido.
Poca gente se detiene en Nibutani, una aldea situada a dos horas de camino al suroeste de Sapporo. Los camioneros y los motociclistas suelen hacer una corta pausa en la estación de servicio o en el café -restaurante, el único establecimiento de la aldea, antes de retomar el camino hacia otros destinos. La aldea está dividida en dos por una carretera nacional. y se extiende por los lados de la larga cinta de asfalto, rodeada por montañas y bosques. La carretera va paralela al Saru, río sagrado de los ainus. Este pueblo autóctono de Japón vive en esta parte del archipiélago desde hace muchos siglos.
Los ainus o los «blancos», como les llamaban los etnógrafos del siglo pasado por sus rasgos caucasianos, son todavía poco conocidos fuera de Japón. Originarios de la isla de Hokkaidô y de Sajalín, hoy parte de Rusia, fueron colonizados por los japoneses. En el transcurso de la primera mitad del siglo pasado fueron prácticamente asimilados, su religión y su lengua fueron prohibidos y sus tierras confiscadas. Se estima que hay actualmente cerca de 25 000 personas de origen ainu en Japón que viven en su mayor parte en la isla septentrional. Sin embargo, esta cifra es difícil de confirmar ya que numerosos descendientes ainus prefieren ocultar sus orígenes para evitar ser discriminados. Las características físicas étnicas son hoy en día menos visibles, a menudo muy difíciles de detectar, tras más de un siglo de mezcla con los japoneses.
Conocidos en el pasado por sus labios tatuados y el ritual del sacrificio de los osos, los ainus luchan aún por su pleno reconocimiento. A la víspera de los Juegos Olímpicos que se celebrarán en Tokio, intentan hacerse oír para obtener el reconocimiento tan ansiado, tanto en su país como en el extranjero, en una lucha contra la invisibilidad que parece no terminar nunca. Los ainus solo obtuvieron el estatuto oficial de pueblo indígena en 2008 en el transcurso de una votación unánime en el Parlamento, aunque la realidad es que su asimilación forzosa hizo desaparecer casi completamente su sociedad, su lengua y su cultura.En la actualidad, encontramos a lo largo de todo Japón individuos y grupos implicados en la preservación y revitalización de la cultura ainu, sobre todo el idioma.