“El mayor obstáculo es la norma relativa a los pesticidas”, declara Kiwayama Eiichi, de la asociación de empresas productoras de té verde de Kioto. De forma contraria a la imagen sana de la cocina japonesa en el extranjero, los niveles autorizados de concentración de residuos de pesticidas (LMR o límites máximos de residuos) en los productos agrícolas son muy elevados, mucho más en el archipiélago que en un buen número de países. Y el té verde no es una excepción. Por ejemplo, la norma japonesa para el té en lo que concierne al insecticida acetamiprid, una sustancia de la conocida familia neonicotinoide, es 600 veces más elevada que la que está actualmente en vigor en Europa. En 2014, la organización medioambiental Act Beyond Trust detectó una dosis de acétamipride que sobrepasaba la norma europea en el té verde producido en la región de Kioto. De esta manera, los productores han tomado consciencia del problema y de sus consecuencias para la exportación. Para hacer frente a esto, “ciertos productores poseen parcelas diferentes que son tratadas según las normas europeas”, explica Kiwayama Eiichi.
He aquí el porqué la iniciativa de producir un té verde biológico, sobre todo en la región de Uji, se ha traducido en un gran éxito. Pero Harima Yoshiyuki nunca esperó provocar una reacción así. Su historia se remonta a hace más de 30 años; él tenía entonces 24. “Fue justo después del paso de un tifón, hacía calor y el tiempo era bueno”, recuerda. Él, al que le gustaba y todavía le gusta el sake, venía de tomar una copa con sus amigos antes de salir a pulverizar con los pesticidas. De repente, sintió vértigo y perdió la consciencia. En el hospital, el médico le explicó que su enfermedad se debía a un problema de hígado. “Si quieres vivir mucho tiempo, tienes que parar o con el alcohol o con los pesticidas”, le desafió el médico. Es así como Harima Yoshiyuki decidió lanzarse a la cultura biológica.
“Una forma de asegurar una mejor salud a mis empleados y a los clientes que compran mis productos”, nos dice.
La opción no ha sido fácil, el clima siendo tan húmedo favorecía el desarrollo de insectos y malas hierbas. “Mucha gente no entendió mi idea”, recuerda. En la época, producir té bio era impensable, hasta el punto que uno de sus vecinos, también productor, le pidió que lo dejara ya que “atraía a insectos devastadores”. Ayudado por un amigo que ya cultivaba el té verde sin pesticidas ni fertilizantes químicos, se ha embarcado en la aventura bio, arrendando una parte de los campos pertenecientes a su padre. A lo largo de los dos primeros años, las recolectas han sido “catastróficas”. Solamente al tercer año se registró una mejora. Sin pesticidas, los famosos “insectos devastadores” volvieron, pero también sus predadores. Es así como las mariquitas, las mantis religiosas y otras arañas han hecho su aparición en los campos. El restablecimiento de este control biológico ha mejorado considerablemente el rendimiento. “A partir del tercer año empezamos a tener siempre una colecta mejor que la precedente” recuerda. Se dió cuenta también que la cultura bio era finalmente menos cara, porque le permitía economizar considerablemente los costes de pesticidas y herbicidas. Y no solamente los insectos han vuelto. “Cinco o seis años más tarde de habernos embarcado en esta aventura, los ríos han comenzado a llenarse de peces, cuando los creíamos desaparecidos”, añade Harima Yoshiyuki con una sonrisa en los labios.