Hay aún mucho por hacer ya que entre el centro de la ciudad y el mini mercado abierto las 24 horas hay todavía algo más de 1, 5 kilómetros de distancia. Cuando la noche cae, en la carretera menos iluminada, no es extraño toparse con zorros que bajan de las montañas de los alrededores viniendo a tomar posesión de los lugares desiertos. Es un fenómeno que ya se ha observado en otras regiones de Japón, en particular en aquellas en las que la población desciende de forma drástica. El conductor del taxi que nos lleva hasta el museo de la mina nos lo confirma. “Por la tarde, tengo que tener mucho cuidado. Ya me ha pasado muchas veces que se me cruzan animales por la carretera. Sienten cada vez más que el hombre está abandonando la ciudad.” Pese a que resulta imposible imaginar que Yûbari viva un renacimiento demográfico, al municipio le gustaría por lo menos atraer visitantes para dinamizar la economía local. Ésta dispone de muchos recursos para ello. Además de la increíble hospitalidad local, Yubâri cuenta con un pasado glorioso. El Museo de la mina está siendo modernizado. La ciudad tiene además un aura especial para los japoneses, que la han visto en numerosas películas, muy populares en los años 70, cuando durante la era Shôwa, Japón se imponía como segunda potencia económica mundial y su población era feliz. Entre estos largometrajes, Shiawase no kiiroi hankachi [Los pañuelos amarillos de la felicidad, 1977] de Yamada Yôji con el gran Takakura Ken y una talentosa Baishô Chieko, es uno de los más conocidos.
De hecho, se puede visitar a unos kilómetros del centro la reconstrucción del lugar de rodaje, donde encontraremos los famosos pañuelos amarillos, símbolo del rechazo al abandono. Dicen que mientras hay vida, hay esperanza. En Yûbari, la colina de la esperanza (Yûbari kibô no oka), no muy bien conservada, les recuerda que la acción es el arma para escapar de la fatalidad. La ciudad es “el microcosmos que será Japón en 2050”, explica la responsable del hospital, consciente de la necesidad de luchar para dar a la población los recursos necesarios para vivir mejor. La nostalgia por los años de Shôwa que tan bien encarna Yûbari podría llevar a una parte de los jubilados – los más pudientes – a venir en busca de la atmosfera de aquella época. Los carteles de cine pintados y pegados sobre numerosas fachadas del centro, constituyen una de las curiosidades locales. Podemos cruzarnos con la mirada de Alain Delon en Pleno Sol o la de Atsumi Kiyoshi en Otoko wa tsurai yo [Es duro ser un hombre]. El séptimo arte es un valor seguro para la ciudad que organiza el único festival de cine fantástico del archipiélago, lo que atrae algunos visitantes célebres como Quentin Tarantino. Además, el cineasta llamó Yûbari a uno de los personajes de Kil Bill 1 en honor de la ciudad. No hay que olvidarse tampoco de los famosos melones de Yûbari, gracias a los cuales el nombre de la ciudad ocupa cada año grandes titulares en los medios, los primeros dos melones vendidos en subasta alcanzan cifras récord. En marzo del año pasado fueron adjudicados por 3 millones de yenes [22 000 euros]. Finalmente, no todo es tan sombrío en este lugar, y aún quedan razones para creer en un futuro mejor.
Odaira Namihei