Hallazgo : En el país de los matagi

En esta parte de Japón, la nieve cae en abundancia y se requiere de una buena técnica para desplazarse. / Jérémie Souteyrat para Zoom Japón

Al noroeste nipón, los cazadores tradi-cionales intentan preservar su conoci-miento y comienzan a aceptar mujeres.

Al salir de su coche y lanzar una mirada al lateral de una montaña, Saito Shigemi, cazador de 68 años, percibe huellas de pasos sobre la nieve. “Dos liebres”, murmura con un acento pesado del norte de Japón. “Subieron a la cima para encontrar refugio”. Junto a él, Ebihara Hiroko, su joven discípula de 33 años, que le escucha con gran atención. En el silencio absoluto que reina en el desfiladero nevado, caminan hacia la cumbre, con la intención de encontrar los animales que se esconden a menudo a la sombra de un tronco de árbol. “En invierno, las liebres se funden en el paisaje con sus pieles blancas. Hay que fijarse mucho en los ojos y en las puntas de sus orejas, que es lo único negro”, afirma Saitô Shigemi ascendiendo la pendiente, con paso ligero a pesar de la espesa nieve.
Saito Shigemi y Ebihara Hiroko forman parte de los 80 matagi con los que cuenta Oguni, un poblado de 7.000 habitantes que se extiende entre dos macizos montañosos recubiertos de nieve. En esta región del norte de Japón, estos cazadores tradicionales conocidos por su cultura animista capturan en invierno liebres, faisanes y sobre todo osos en grupo. Entre estos cazadores, Ebihara Hiroko es una excepción. Esta mujer menuda con aire de maestra de escuela primaria, es probablemente la primera mujer en integrar la categoría de los matagi, oficio exclusivamente masculino hasta hace nada. ¿Por qué? “Se considera que la divinidad de las montañas es una diosa. Antes, estaba estrictamente prohibido llevar mujeres a cazar. Se temía que esto atrajera la mala suerte, porque daría celos a la divinidad”, cuenta Saito Shigemi, con un cigarrillo en la boca y la mirada penetrante.
De hecho, para que Ebihara Hiroko participase en la caza de osos al mismo nivel que los matagi masculinos, ha tenido que esperar tres años. En el universo de estos cazadores tradicionales, las mujeres son prácticamente consideradas como intrusas. No hay que olvidar que en otros tiempos, hasta prohibían tener relaciones sexuales durante un mes antes de partir a la montaña. Para los matagi, la caza representaba hasta una boda simbólica con la diosa que tanto veneraban. “Es la razón por la que, antes de subir a las montañas, teníamos que estar puros”, añade Saito Shigemi.
¿Cómo pudo Ebihara Hiroko traspasar la puerta tan cerrada de los matagi? Para rastrear su recorrido, nos hemos de remontar diez años atrás. Entonces era estudiante de pintura japonesa en Yamagata, a 40 km al noreste de Oguni. Se inspiraba mucho en los animales de los zoos, pero “les faltaba algo, una especie de vivacidad, probablemente la fuerza de la naturaleza, propia de los animales salvajes”. Un día, su profesor, especialista en cultura matagi, de un modo de lo más natural, le pregunta si estaría de acuerdo en acompañar a un grupo de cazadores. “Para mí, era ante todo una ocasión de observar los animales en estado natural”, recuerda. Aceptó de inmediato, sin saber que diez años más tarde, atravesaría las montañas con estos cazadores tradicionales. Una vez allí, le impresionaron por sus minuciosos conocimientos de las montañas y de la fauna. Un buen matagi, explica Saito Shigemi, debe “conocer perfectamente el entorno en el que se mueve”. Él, que recorre las montañas con su fusil desde que es niño, conoce de memoria dónde se encuentran los manantiales de agua, los lugares peligrosos cuando llega el invierno o cómo adivinar la talla de un oso a partir de sus huellas. “¡Son gente capaz de escalar una pendiente nevada como si nada!”, exclama Ebihara Hiroko. En efecto, desde diciembre hasta abril, todo está cubierto de nieve en Oguni, y la acumulación puede rozar los cuatro metros en algunos lugares. En este periodo, se requiere de cierta técnica para poder desplazarse en la montaña.

Diez años ha necesitado Ebihara Hiroko para ser admitida en este círculo, hasta entonces reservado a los hombres. / Jérémie Souteyrat para Zoom Japón

Su mentor, Saito Shigemi, es uno de los últimos en haber vivido la época en la que los matagi se ganaban la vida vendiendo pieles y la bilis de los osos. Hoy día, se ponen en duda las virtudes curativas de este órgano, pero en otros tiempos, es decir antes de los años 50, valía “tanto como el oro”, recuerda el viejo cazador. Para los matagi, el oso es un animal especial que permite aportar riqueza al pueblo entero y sobrevivir durante el duro invierno. Para capturar osos no dudaban en pasar una semana entera en las montañas. “Nos alimentábamos como podíamos de lo que cazábamos. Por la noche nos calentábamos en torno a una fogata”, explica. En esa época, los matagi se comunicaban entre ellos en una lengua particular durante la caza. Su origen está en el idioma del pueblo ainu que vivía en la región. “Cuando era joven, evitaba hablar en ese idioma”, recuerda el viejo matagi, porque la sanción por un error de lenguaje era grande. “Teníamos que sumergirnos en un río para que nos perdonaran”, recuerda.
Saito Shigemi ha conocido también cazadores legendarios capaces de encontrar animales escondidos detrás de un tronco de árbol, a 2 km de distancia, y sin prismáticos. Sus antecesores le hablaron también de la época en la que los cazadores se servían de lanzas para matar osos. ¿Pero de qué periodo se trataba? Frunce el ceño y responde: “Es muy antiguo, ya ni me acuerdo”.