SOCIEDAD : Hâfu, el mestizaje en Japón

Miyazaki Tetsurô, responsable del proyecto Hâfu2Hâfu. / Robert Stark

Según su propia trayectoria, familia, mestizaje…, los testimonios varían enormemente unos de otros. Nacido de un padre japonés y una madre belga, Miyazaki Tetsurô vive actualmente en Holanda. Siempre se “sintió fascinado” por su lado japonés. “Mi padre, ya fallecido, era originalmente de Saga, en la isla de Kyushu. En casa, hablaba japonés con él, holandés o flamenco con nuestra madre y nuestros padres hablaban francés entre ellos”. De niño, pasaban todos los veranos en Japón. “Mi físico era diferente de los otros. No paraban de preguntarme acerca de Europa”, recuerda. Miyazaki Tetsurô siente mucha curiosidad por las historias de otros mestizos japoneses. Por esta razón lanzó el proyecto fotográfico Hâfu2Hâfu. Su idea es recoger los testimonios y los retratos de mestizos japoneses, nacidos o no en Japón, con el objetivo de llegar a tener 192 retratos. “Siempre les pido que hagan una pregunta a los otros hâfu. He recibido muchos mensajes desde que creé este espacio de diálogo”. Hace una constatación: “Hay grandes diferencias entre las personas; la física desempeña un papel en la integración y en la aceptación de su lado japonés. Los mestizos que han crecido fuera del archipiélago están muy interesados en la alimentación, de la que adoran hablar. Para aquellos nacidos en Japón es más difícil porque los mestizos son considerados extranjeros. En mi caso puedo entenderlo porque he nacido en Bruselas y vivo en Holanda desde hace 20 años; pero cuando se nace y se crece en Japón y la legua materna es el japonés (muchas veces el único idioma que se habla) esta diferencia de trato es injusta. He oído muchas historias de personas que han sido humilladas en el colegio o en su trabajo a causa de su origen”, cuenta.
Es el caso de Julie-Sayaka Pelaudeix, de 23 años, hâfu japonesa y francesa. Hace 6 meses decidió instalarse en Tokio para descubrir esta cultura que también forma parte de ella pero que solo había tenido la oportunidad de conocer en cortas estancias. “Al cabo de seis meses me di cuenta de que el ritmo de vida y la mentalidad japonesa son totalmente diferentes de los franceses… Mis primeras semanas en Japón fueron bastante duras y deseaba volver a París, me sentía realmente sola. Todavía ahora anhelo volver a Francia pero estoy convencida de que volveré un día para quedarme más de 6 meses.” Durante su estancia ha tenido dos experiencias profesionales diferentes. “La primera fue muy buena. La segunda, menos. Me sentía rechazada por mis colegas. Me hablaban mal. Cuando se lo comenté a la encargada me dijo que no había que tenerlo en cuenta ya que ellos no sabían cómo hablar con una extranjera, fue doloroso”. Aunque aprecia la comodidad de la vida tokiota, no puede evitar pensar que “la educación japonesa es más un deber colectivo que un sentimiento humano verdadero”.
Como Julie, Idriss Ariyoshi-Moulay llegó recientemente a Japón. De padre marroquí y madre japonesa, el joven de 32 años se instaló en Tokio en agosto de 2016 con su pareja marroquí. “Me dije, he vivido los primeros 30 años de mi vida en el país de mi padre, quiero vivir los 30 siguientes en el de mi madre”. Una decisión de la que no se arrepiente. “Encontré un trabajo rápidamente. Me lo paso muy bien en Tokio. Creo que podría quedarme más tiempo aquí”. Nunca ha tenido el tipo de experiencias vividas por Julie. “He oído hablar de este tipo de historias, pero yo no las he vivido personalmente. He estudiado en Marruecos… ¡Allí me llamaban mono amarillo!”.
Compartir sus experiencias con otros es, en ciertos casos, una ocasión de quebrar la soledad. Pero “es difícil reunir a los hâfu en Japón”, nos confía Edward. “La mayor parte de ellos no desean que se los diferencie de los japoneses, quieren fundirse en la masa”.
A principios de septiembre, unos cincuenta mestizos japoneses y sus allegados aceptaron la invitación de la ONG The Global Families que promueve la diversidad de las familias.
El programa consta de una proyección de un documental realizado sobre los hâfu en el que Edward da su testimonio, seguido de un panel de discusión. “Intentamos crear una dinámica para que la gente se conozca y se dé cuenta de que a veces pasan por los mismos choques culturales” explica Awano Mizuki, organizadora y madre ella misma de dos niños mestizos, japoneses y franceses.
A lo largo de la jornada, los testimonios se encadenan. A veces delatando mucha emoción. En el film, una pareja mexico-japonesa habla de la difícil experiencia en el colegio de su hijo, Alexis. El chico de diez años sufrió fracaso escolar debido, en parte, a las burlas de sus compañeros de clase. “Me insultaban todo el tiempo, me trataban como a un extranjero, se mofaban de mí, no querían ser mis amigos”, explica. Estas situaciones fueron consideradas con poco tacto por el personal docente “Su profesora me llamó para decirme que mi hijo era lento”, dice la madre de Alexis. “Comprendí que el problema venía también del sistema escolar japonés, donde nadie era capaz de apoyar y ayudar a mi hijo a integrarse como cualquier otro alumno”.